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Identidades sexuales móviles (página 2)



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MODELOS EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA
IDENTIDAD

La identidad ha
sido estudiada y explicada desde diversos modelos. A
continuación hago referencia a algunos de ellos y
demuestro cómo las identidades sexuales, que suelen
considerarse fijas, pueden y deben entenderse como
móviles. Pretendo además, aproximarme al estudio de
las masculinidades, en especial a las de estas
travestis.

Modelo cultural

Según el concepto
trabajado por Wade (2002: 255) la identidad se entiende como
"la idea y la sensación de seguir siendo lo mismo a
través del tiempo
". Para dicho autor, "en el mundo
postmoderno los seres construyen identidades efímeras con
los retazos culturales que encuentran en sus andares
". En el
diccionario de
uso del español de
Moliner (2002), identidad es "la cualidad de idéntico,
la relación entre cosas idénticas y la
circunstancia de ser efectivamente la persona que se
dice ser
". En el Diccionario ideológico Vox (1998), la
identidad se comprende como el "hecho de ser una persona o
cosa la misma que se supone o se busca
".

Las ideas expresadas en Moliner, relación,
y en el diccionario Vox, que se busca, conducen a la
aceptación de la movilidad como una característica
de la identidad. Para Moliner, dicha movilidad se expresa en el
énfasis que da a "la circunstancia de ser lo que se
dice ser
". El concepto circunstancia hace referencia a
un "accidente de tiempo, lugar,
modo, etc., que está unido a la sustancia de algún
hecho o dicho"; el concepto de accidente hace referencia a
ese "algo que no es permanente sino algo que sucede
ocasionalmente". Tanto lo expresado por Moliner, "lo que se dice
ser", como la definición en Vox, "lo que se busca", puede
relacionarse directamente con lo "efímero" de la identidad
que aparece en el concepto expuesto por Wade.

Conforme a Wade (2002: 255), la identidad "esconde en su
interior una complejidad múltiple"; dicha complejidad
puede comprenderse si logramos entender que la construcción de la identidad remite a un
triple ámbito relacional: al contexto, a lo situacional y
a la relación consigo mismo/a.

Modelo contextual

La identidad se explicó durante mucho tiempo
desde la concepción clásica, como algo inmutable,
eterno y atemporal; en esta concepción se asume que
identidad y ser son lo mismo.

Según F. Barth (1969, citado por Agier 2000), los
procesos
identitarios no existen fuera de contexto, se realizan a partir
de retos precisos que están en juego y pueden
ser verificados a nivel local. Los retos son parte de la
identidad y son fundamento de redes. La identidad es lo
que se pone en relación. Para M. Augé (1994, citado
por Agier 2000),

la aproximación contextual implica, una
concepción relacional de la identidad ya que el punto de
partida de la búsqueda identitaria consiste en que
siempre se es el otro de alguien, y en la medida en que dicha
identidad emana de la relación con los otros,
problematiza y termina por transformar la cultura
[…] La cuestión identitaria se convierte en un
problema de ajuste, a la vez social, en su definición e
individual en su experiencia […] La identidad remite a
un afuera, a un antes y a los otros.

Identidad desde el modelo
sistémico

El organismo es un ser organizado y autoorganizador. Una
concepto que tiene su origen en el pensamiento
Kantiano es el de autoorganización para definir
características de la naturaleza de
los organismos vivos. Para Riera (2001), "La ciencia
clásica privilegiaba el orden, el determinismo, la
regularidad, la legalidad, la
estabilidad y previsibilidad de la naturaleza". Su
aspiración era descubrir lo inmutable, lo permanente,
más allá de las apariencias del cambio. Las
leyes
universales de la dinámica clásica fueron
conservadoras, reversibles y deterministas. La definición
de un estado del
sistema y
el
conocimiento de la ley que rige la
evolución, permitían deducir, con la
certeza y la precisión de un razonamiento lógico,
la totalidad tanto de su pasado como de su futuro.

Esto explica por qué, desde las
epistemologías convencionales o positivistas, se ve el
mundo de manera lineal y se asume la identidad aferrada a una
voluntad predeterminada y fija. Hoy se sabe que las trayectorias
que parecen tan reales son idealizaciones: el mundo reversible no
es un caso extraño y particular de la realidad. En un
mundo determinista, la irreversibilidad y lo móvil no
tendrían sentido, ya que el mundo del mañana
estaría contenido en el mundo de hoy. Con la termodinámica surge un desafío a la
física
clásica; en su segunda ley, se hace la clara diferencia
entre procesos reversibles e irreversibles.

Al definir la entropía se da un paso importante para
comprender la irreversibilidad. La entropía se explica
como la tendencia natural de un sistema a entrar en un proceso de
desorden interno. Este término, tomado por Shannon (1916)
de la termodinámica, es empleado a veces como
sinónimo de incertidumbre. La entropía expresa el
carácter aleatorio y por tanto imprevisible
de los movimientos de las moléculas de gas; como la
incertidumbre, refiere al carácter aleatorio y, en
consecuencia, imprevisible, de las señales
del mensaje (Lemperur y Thiers, 1975).

Con la entropía, se introducen el tiempo y la
historia en un
universo que
la física clásica había descrito como
eterno, se hace posible la temporalidad. Durante siglos, muchos
científicos asumieron, a partir de las leyes fundamentales
de la física, que el proceso de evolución
biológica era una rara excepción. Hoy, en cambio,
se sabe que los sistemas
abiertos, como lo es el humano, intercambian materia y
energía con los seres que están en sus alrededores,
es decir con el mundo exterior (Prigogine, 1996).

Con este análisis no se pretende proponer un modelo
que explique la identidad basado en la física, sino
advertir, cómo con conceptos del modelo sistémico
se puede explicar la construcción de la
identidad.

Todo sistema abierto recibe, transforma y da
energía, en consecuencia, toda persona está en
permanente movimiento y,
por tanto, en constante cambio. Esto nos lleva a concluir que
toda persona no es un ser terminado sino uno en permanente
desarrollo, un
ser dinámico que está siendo en cada
momento, en el encuentro con el otro o la otra, en una cultura y
sociedad. Cada
ser humano se reconoce en lo cotidiano, en el tiempo y el
espacio, a partir de las vinculaciones que establece en
razón de ser ecosistémico, debido a que existe un
intrincado nexo entre los seres humanos y sus ambientes
biofísicos, sociales y económicos que se refleja en
el estado de
salud
física y emocional de la población; me refiero, entonces, a las
mutuas y complejas relaciones entre la sociedad y la naturaleza,
a través de las cuales la sociedad modifica el medio para
su propio desarrollo, como también el media determina
aspectos emocionales y físicos del ser humano..

En ese constante estar siendo hay algo en el ser
que es fundamental: lo que ha vivido. Se es histórico.
Cada situación que se experimenta tiene como fuente lo
vivido y lo trascendido. Aún cuando en esencia se
está siendo el/la misma, se ha generado una serie de
cambios que transforman la identidad. Todo cambio es viable a
partir de los aprendizajes, experiencias y emociones
vivenciados previamente, por tal razón, la identidad
está en permanente transformación. Las reflexiones
de las personas se relacionan con sus experiencias de estar
siendo, en este caso, travesti, que vinculan, necesariamente, su
vivencia del cuerpo, el vestido, el lenguaje o
las relaciones con los demás; es decir, se trata de una
identidad dinámica. La identidad no es algo cuya
construcción ha terminado, al contrario, se edifica en
relación consigo mismo, con los demás y con la
cultura.

Recalcando el concepto de movilidad y la idea de que el
ser se construye en la cultura a partir de la dinámica
propia de los sistemas, la identidad puede definirse entonces
como: las ideas y las sensación móviles que tiene
el ser humano, en una sociedad y tiempo concretos, de ser lo que
busca ser con relación a la cultura, a otros seres en su
entorno y consigo mismo/a y de seguir siéndolo en el
transcurso del tiempo.

Esta definición explicaría que la
identidad es: por un lado, la emergencia de una
construcción, no siempre consciente que afecta los
procesos de socialización del sujeto; y por el otro,
que a través de la educación (formal
y no formal) se proveen a la personas los referentes de un "deber
ser" de la identidad, basados en la cultura, cuya
asunción, en alguno casos, hace posible la
perpetuación de la cultura, y en otros, la
transformación de ésta.

Una de las propiedades de los sistemas vivos es su
contextualidad. Para la comprensión de estos sistemas se
debe pasar de entender sus elementos de manera simplificada,
aislados y desligados unos de otros, a percibirlos como productos,
productores y transformadores
de los contextos en los que están inmersos y por tal
razón de la cultura. Los sistemas no pueden ser
comprendidos por un método que
aísle, desligue, simplifique y busque causas
únicas, por cuanto existen en una compleja trama de
interrelaciones que los determinan. En el caso de los sistemas
vivos, estos existen gracias a esas relaciones con el medio, a lo
que se ha denominado acoplamiento estructural con el medio.
Entonces, la identidad deber ser entendida contextualmente, y
quien desee comprenderla, debe reconocer que su
explicación está influenciada por su propio
contexto, como también por aquello que está en
capacidad de observar o distinguir.

Wade (2002) considera que las identidades se establecen
por medio de repetidos actos de representación, de
identificación, y que las diferencias que construyen la
identidad tienen que ser marcadas, observadas e indicadas por los
sujetos en su vida cotidiana. En consecuencia, la identidad se
vuelve a establecer o a reforzar con cada
identificación.

La cultura y la sociedad fabrican las ideas de aquello
que la persona "deber ser" para reproducir el orden social y
desde ese patrón de oposición binaria, toman forma
en las personas las prácticas, ideas, discursos y
representaciones sociales por las que son reconocidas o
estigmatizadas. En la aproximación contextual, el sujeto
debe pensarse a sí mismo a partir de la mirada externa
(Agier, 2000). El sujeto construye para sí, a partir de lo
que le han dicho o ha entendido que "deber ser", una identidad,
una manera de comprenderse, un "querer ser". Este "querer ser"
siempre tendrá como referente el "deber ser", para
aceptarlo o negarlo, parcial o totalmente.

En trabajos anteriores (Velandia, 1999) he propuesto que
"el proceso de construcción del querer ser implica
una ruptura entendida como una toma de posición frente al
deber ser". En consecuencia, cada persona se construye
basado en el "deber ser" pero, y en especial, teniendo como
referente sus propias vivencias y sentimientos, es decir, a
partir de la conciencia de su
"querer ser", de lo que considera que quiere, desea y necesita
para sí. El "querer ser" prima sobre el "deber ser" en la
medida en que reafirma las diversas identidades
sexuales.

Los/las seres humanas en su proceso individual de
querer ser, pueden reelaborar el deseo y redireccionarlo.
Incluso, una vez han vivenciado un deseo, pueden pensar en el
reconocimiento de otro y dar continuidad a su proceso de
construcción de identidad. Por ejemplo, algunas personas
en la comunidad
consideran que ciertas prácticas no son adecuadas o pueden
ser antinaturales o anormales; para ello aceptan o niegan dicha
valoración, de acuerdo a lo que han decidido que quieren
para sí. La persona tiene de sí y para sí
una identidad particular que se fundamenta en su querer
ser
.

Las personas son reconocidas en una identidad que es
construida e identificada desde afuera a partir del deber
ser
; es decir, una persona tiene tantas identidades sociales
como personas pretenden identificarla.

Las personas, especialmente quienes hacen parte de las
MS no viven el deber ser en sus procesos de
socialización, como tampoco su querer ser, dado que
las representaciones sociales y culturales, además del
cruce de miradas (familiares, escolares, eclesiales), afectan su
propia construcción y sus procesos de
socialización. Como respuesta al acoplamiento estructural
con el medio, la persona en sus interrelaciones, se traiciona a
sí misma, traiciona su querer ser por efecto de la
presión
social y de acuerdo con sus propias necesidades de hacerse
visible o invisible. De la misma manera asume una identidad que
se moviliza de acuerdo al tipo de relaciones sociales relativas a
una cultura y sociedad específicas. La identidad es
móvil porque está siendo ecosistémica
y culturalmente, puede entenderse como la mezcla entre aquello
que se espera que sean las personas y lo que ellas mismas
desean ser; composición y experiencia a la que se
denomina identidad de
socialización
.

El estar siendo es el producto de
las relaciones simbólicas entre el deber ser y el
querer ser o más concretamente entre la cultura y
la sociedad, y aquello que la persona identifica de sí
misma. Las diversas identidades son el efecto de la
representación particular del mundo y del sí mismo,
es decir, lo individual.

Travestis, género y
contextualidad

La construcción del género en las
travestis es muy peculiar. Ellas transgreden el sistema de
género, tanto en lo particular como en lo colectivo. En
ellas, la lógica
del género se construye inicialmente desde el deber
ser
, a partir de la asignación sexual que han hecho
los padres y madres, con base en las diferencias anatómica
y la diferencia sexual que distingue la sociedad. La identidad
que inicialmente la sociedad le ha sido asignado a quienes ahora
"están siendo" travestis, es la masculina, considera
"natural" para los hombres.

El transito identitario ocurre con el cambio en la
imagen
corporal y la aparición de comportamientos considerados
"amanerados". Para las travestis los significados culturales de
la diferencia anatómica tienen una transformación
que las moviliza en su identidad y las aproxima a su querer
ser
, apropiándose de éste.

Las travestis transitan de lo masculino a lo femenino,
en la medida que van asumiendo pequeños cambios con los
que se van transformando físicamente, mostrando emociones
y comportamientos "propios" de "las mujeres". Desde muy
jóvenes, las travestis suelen, a escondidas de sus padres
y madres, vestir prendas consideradas femeninas, dejarse crecer
el pelo y depilarse las axilas. El "comportarse como
niñas" y asumirse como tales, deviene en violencias
ejercidas al interior de la familia y
de su ámbito social.

El tránsito se reafirma en la
socialización, a partir de la emoción que produce
el "reconocimiento" que dichos hechos generan en las demás
personas. Aún cuando es evidente que este "reconocimiento"
produce exclusión, y en algunos casos separación
social, escolar y familiar; es, a su vez, un espacio contextual
de reafirmación identitaria que transforma a las travestis
en aquello que quieren ser.

Con el paso del tiempo travestis y algunos homosexuales,
al hacerse femeninas en su comportamiento
y vestir, se forjan más delicadas, marcando en su actuar
manierismos considerados propios de las mujeres, exagerando cada
vez más el "performance" de su feminidad, buscando, para
el caso de las travestis, una hiperfeminización que
consideran atrae a los hombres y genera rechazo en las
mujeres.

Para las travestis el contexto es determinante. La
exclusión social las lleva a hacerse amigas de otras
travestis y a visitarlas en su lugar de vivienda, generalmente
ubicado en las inmediaciones del lugar en que trabajan, en donde
ejercen, en la mayoría de los casos, el trabajo
sexual. Allí se encuentran con otras que han asumido de
forma permanente el vestido y los accesorios considerados propios
de las mujeres. Esto las estimula a "ser ellas mismas", a seguir
como patrón de comportamiento su querer ser; a
abandonar el entorno familiar y a pensar en el trabajo sexual
como la actividad laboral de la que
dependerán económicamente por un tiempo. Sin
embargo, no sólo las travestis tienen tránsitos
identitarios relacionados con la indumentaria, algunos
homosexuales y lesbianas asumen cambios en el vestido,
razón por la que se consolidan en su querer ser y a
la vez son discriminados socialmente.

Modelo constructivista, travestismo e
identidad

El enfoque constructivista hace énfasis en lo
situacional de la identidad. Como afirmé anteriormente,
las identidades no son sólo particulares, son
también sociales. Barth, citado por Agier, considera que
la realidad se construye por medio de las representaciones de los
actores, construcción subjetiva que hace parte de la
realidad que el observador debe tener en cuenta (Agier, 2000).
Los actores en la observación, en este caso, son tanto las
travestis como las personas que se encuentran en su ámbito
de dominio
espacial y afectivo.

La movilidad de la identidad también la da su
condición situacional. Para Mitchell (citado por Agier,
2000): "el granero cultural se construye y utiliza según
las selecciones situacionales, lo que puede hacer que sus
componentes se vuelvan diversos y contradictorios". La identidad
remite a una situación espacial (aquí) y temporal
(ahora) y a lo que sucede en la persona y en su relación
con las demás. La representación puede contemplarse
desde dos ámbitos diferentes: el social y el individual.
La vivencia personal de la
temporalidad y especialidad determinan una forma particular de
asumir el mundo a la cual llamaríamos identidad (haciendo
énfasis en la función
histórica del constructo). Los sistemas sociales no se
producen en el vacío, aislados completamente de otros
fenómenos; por el contrario, tienen un entorno, es decir,
están imbricados en fenómenos sociales y
culturales.

Las travestis, en su búsqueda de feminidad,
asumen un ideal, generalmente el de una actriz o modelo
públicamente reconocida. Sus representaciones cambian el
tiempo y a medida que transcurre la vida de aquella persona a
quien pretenden imitar; por dicha razón, su "querer
ser
" es igualmente móvil. La construcción de la
identidad tiene un paso significativo para las travestis, el
momento en que "se lanza al estrellato", el momento en que
deciden salir a la calle vestidas y maquilladas como mujeres.
Este "bautizo" se hace con la complicidad de ciertos amigos y se
da en promedio hacia los quince años.

El mundo es relacional y los seres humanos poseen
identidad en virtud del tipo de relaciones que establecen con y
en su medio; además de las propias e inherentes
particularidades que les permite distinguirse de los
demás.

Corporalidad

Las travestis desarrollan un proceso mucho más
significativo que los cambios hacia lo femenino en el vestido,
los accesorios o el maquillaje, este proceso consiste en una
intervención del cuerpo, que cambia generalmente en sus
volúmenes y, a veces, en su estructura.
Ellas suelen inyectarse aceites de origen vegetal y utilizar
hormonas para
cambiar las formas de sus caderas, pecho y en contadas ocasiones
tobillos, pantorrillas y muslos. En pocas oportunidades cambian
su estructura ósea, cuando lo hacen, se transforman por
medio de una intervención quirúrgica,
quitándose las costillas falsas para obtener una cintura
de menor tamaño o cambiando la forma de sus pómulos
y quijada. Esto se hace porque "al quitarse la ropa y los trucos
aparece el macho" situación que las afecta emocional y
económicamente cuando trabajan en el mercado
sexual, pues les significa menos clientes. No
sólo las travestis intervienen su cuerpo, algunos hombres
homosexuales pasan por un proceso de "machificación" de
sus formas anatómicas, ya sea por medio del ejercicio
físico o por efecto de procesos quirúrgicos
estéticos.

La identidad corporal apoya la construcción de la
identidad, pero no solo el cuerpo es determinante también
lo es la forma como los otros nos identifican. Las demás
personas que parecen no hacer parte del proceso de
relación interpersonal o grupal, participan jugando un
papel activo, no sólo por hacer parte del entorno en el
que se realiza la construcción identitaria, sino porque
sus construcciones subjetivas -que se construyen al aportar y
recibir emociones, conocimientos y experiencias- generan otras
representaciones identitarias.

Existen tres sistemas de representaciones de la
construcción identitarias: el primero, tiene que ver con
las representaciones sociales, desde ellas se espera que cada ser
se vivencie y experiencia en un visión "oficial" del
mundo, y en este caso de las sexualidad,
que se evidencia en el "deber ser"); segundo, las
representaciones particulares de quien se identifica a sí
mismo (significado que tiene para cada persona el mundo y la
sexualidad que quisiera experienciar) en su querer ser; y
tercero, las representaciones que los seres se ven obligados a
experienciar en los procesos de socialización, y que se
evidencian en el proceso de intercambio social.

El entorno, y las situaciones en que las personas se
interrelacionan con las demás personas que frecuentan
dicho entorno, influyen en el tipo de construcciones identitarias
que todos y cada una producen. Sin embargo, debe evidenciarse que
el ser humano, a diferencia de los otros seres vivos,
además de actuar en congruencia con el medio y la sociedad
(contexto) a partir de sus representaciones (lo situacional),
debe actuar en congruencia consigo mismo.

Todo conocimiento
es una representación de la realidad, de ahí que la
epistemología constructivista plantee que
el conocimiento se hace posible al percibir, distinguir y
significar la realidad. En el ser humano la cognición
opera en tres dimensiones: la persona conoce algo en la medida
que lo distingue como algo, lo percibe como algo y lo significa
para algo. Ese algo que se conoce, se constituye en la base de la
emergencia de otras nuevas percepciones, distinciones y
significaciones. Cada persona, por su historia particular, ha
venido configurando un sistema cognitivo que la lleva a percibir,
distinguir y significar de manera distinta y única, de
ahí su necesidad de actuar en congruencia consigo misma y
a partir de esa realidad que ha construido para
sí.

Aunque aparentemente quienes establecen con otras
personas una conversación se encuentran en un contexto
relacional determinado (geográfico, cultural, social,
particular), lo que ocurre en cada uno/a de las interlocutoras
tiene un trasfondo particular e invisible de intenciones,
inquietudes, intereses, emociones, significados y sentidos, de
tal manera que la danza que es
la conversación es una danza de icebergs, es decir tan
solo se evidencia el aspecto más superficial de cada
interlocutor, dejando oculto dicho trasfondo y
acomodándose como en una danza al ritmo y las necesidades
de la pareja, en tal sentido, lo que ocurre en la estructura
interna de cada bailarín(a) está oculto a su pareja
de baile. Cada persona percibe del(a) otra, del medio en que se
encuentra y de sí mismo(a) lo que sus perceptores le
permiten.

Identidad, realidad y conocimiento

La realidad y el conocimiento se conciben como un
sistema de relaciones. Las distintas realidades se construyen en
la medida en que los sistemas observadores distinguen
características y elementos en el medio externo, es decir,
en tanto diferencian una cosa de otra y crean contrastes y
oposiciones en la realidad. En esta perspectiva, la realidad que
se percibe y significa es una construcción que se hace a
partir de los esquemas propios de distinción que maneja el
ser humano como observador y no una entidad objetiva y absoluta
que se puede aprehender mediante los sentidos
(empirismo) o
la razón (racionalismo).

En lo humano vivir es conocer. Como seres vivos tenemos
una relación de congruencia con el medio y su fin es
mantener la vida. Para poder vivir se
requiere tomar energía del entorno, es decir, conocerlo.
Conocer, en este caso, hace referencia a la capacidad de la
travesti de percibir su entorno y actuar de acuerdo a su percepción. Así, el conocimiento se
hace válido cuando sirve para resolver la relación
medio-sobrevivencia.

La persona que hace parte de una MS no siempre percibe
cuándo los estímulos, que son producidos por el
medio, potencian en ella algún cambio estructural y mucho
menos se da cuenta de que se están produciendo dichos
cambios. Es posible que las travestis no estén
reconociendo los estímulos porque no los perciben como
tales, pero igualmente están siendo afectadas por ellos.
Una prueba de estos estímulos se da cuando las travestis
observan los resultados que las hormonas han producido en el
cuerpo de una de sus compañeras, no obstante no logran
relacionar que el hecho estimula su propia
transformación.

El ser humano percibe tan sólo aquello para lo
que está en posibilidad de hacer distinciones. Lo hace con
sus sentidos, al igual que los otros seres vivos, pero distingue
usando sus sistemas de percepción teóricos,
experienciales y emocionales. Actuar en congruencia con el medio,
consigo misma y con la sociedad, no se hace únicamente por
medio de procesos racionales, sino también desde
lógicas construidas de acuerdo con las historias
emocionales.

La necesidad de actuar en congruencia consigo mismas
confronta a las travestis, las lesbianas, los bisexuales y los
homosexuales entre su querer ser y su deber ser,
hasta el punto en que muchas veces, en la construcción de
su identidad y sus procesos de socialización, se ven
obligadas a estar siendo una caricatura de sí
mismas.

Ontología constitutiva

Maturana (1997: 50) sostiene que "si queremos
entender el fenómeno del conocimiento, si queremos
entender el sistema nervioso,
si queremos entender lo que pasa en la convivencia, tenemos que
hacernos cargo de este curioso fenómeno: los seres humanos
y los seres vivos en general, no podemos distinguir en la
experiencia entre lo que llamamos ilusión y
percepción como afirmaciones cognitivas sobre la
realidad"
.

Esta aseveración lleva a pensar que, la identidad
no es un hecho real sino una ilusión por que, al usar el
lenguaje para
entenderlo, siendo este un generador de mundos, lo que cada quien
entiende como identidad propia o la del otro, es tan sólo
su propio relato cognitivo, o más exactamente, lo que
alcanza a distinguir de lo que el otro o la otra le relata de
sí.

La identidad es ilusión, pues si comprendemos que
la realidad se construye desde una ontología y sabemos que ésta no
necesariamente tiene que ser objetiva, sino que es constitutiva,
entonces comprenderemos que el criterio de validez de la realidad
del otro o la otra se da a partir de la efectividad que pueda
tener para el o la observadora y de las condiciones en que dicho
observador ve o escucha. A continuación, se
profundizará sobre los aportes de esta nueva propuesta
ontológica que se sustenta, según el
sociólogo Rafael Echeverría (1996), en afinidades
con distintos autores, entre ellos los filósofos Nietzsche,
Michael Graves, y el biólogo Maturana.

Desde la ontología constitutiva, que entiende al
lenguaje como generador de mundos, se concibe: (1) a los seres
humanos como seres lingüísticos, (2) al lenguaje como
generativo y (3) que los seres humanos se crean a sí
mismos en el lenguaje y a través de él.

Explicar es proponer una reformulación de la
experiencia en una forma que resulta aceptable para quien
observa. Ninguna proposición explicativa es una
explicación en sí, dado que ésta se
constituye en dos dominios. El primero, la aceptación que
hace el o la observadora, es decir, que una explicación es
válida porque satisface el criterio de validación
que constituye a su experiencia como el dominio explicativo de la
misma. La explicación que el otro o la otra hace de una
persona tiene sentido para dicha persona cuando para en dicha
explicación ve reflejada su experiencia particular.
Segundo, la aceptación que la persona observada hace de la
explicación. Cuando las explicaciones del observado y el
observador coinciden, se presenta un acuerdo y se actúa en
función de esa nueva realidad. Por ejemplo, alguien que
nació hombre se
asume mujer y
heterosexual (cuando tiene relaciones genitales con hombres).
Quien observa sólo puede asumir que la persona en
mención es heterosexual si acepta que la persona
observada, que es una travesti, es una mujer.

Una persona se relaciona con muchas más y cada
una de ellas tiene sus propios dominios explicativos; pudiera
afirmarse entonces que hay sobre una persona o un hecho tantos
dominios explicativos como personas pretenden explicarla; por
tanto, quienes interactúan son generadores de
múltiples realidades que se pueden considerar
legítimas y necesariamente diferentes por ser
particulares. Por ejemplo, muchas personas tienen explicaciones
sobre alguien, dichas explicaciones se basan en su experiencia
sobre esa persona y para cada una de quienes hacen dicha
construcción esta es su realidad.

Las identidades sociales de alguien se posibilitan en la
construcción de acuerdos o, más concretamente, en
la posibilidad de aceptar diferentes realidades y validar
distintas explicaciones con respecto a dicha persona. Por
ejemplo, para las travestis el cambio físico es de gran
importancia en la reafirmación de su identidad, como para
algunos homosexuales la aceptación de la madre. A pesar de
la controversia familiar que esto causa o del rompimiento
emocional y espacial que se genera, continúan
incrementando poco a poco y en algunos casos de manera
permanente, los cambios en su morfología
corporal o en sus relaciones con los demás, ya que desde
los dominios explicativos de los padres y familiares las
reafirman en su identidad.

Marta Lamas (1995), afirma que el vínculo entre
cuerpo e identidad es evidente. En Colombia es legal
que una persona pueda cambiarse de nombre, pero esta
aceptación nominal no implica el cambio de sexo que
figura en el documento de identidad. Sólo es posible el
cambio de sexo en el documento si la persona cambia
quirúrgicamente su morfología genital, lo que se
evidencia con un informe
medico-legal. Lo anterior se justifica porque en el documento de
identidad se alimentan cambios en los dominios explicativos de
los legisladores. No obstante, cuando el dominio explicativo del
funcionario ve en la apariencia física de la travesti a
una mujer, no tiene ningún reparo en "corregir el error"
que él observa en el documento de identidad, aunque el
cambio no cuente con el sustento medico-legal necesario. Por
ejemplo, algunas de las travestis se han casado en ritos
católicos dado que desde sus dominios explicativos los
sacerdotes no logran apreciar la diferencia.

El enfoque sistémico entiende al ser humano y a
la sociedad como sistemas, y a las identidades como emergencias
sistémicas. Dadas las propiedades de los sistemas vivos
(Velandia, 2003) se puede concluir que los enfoques contextual y
situacional son complementarios, interrelacionados,
interafectados e interdependientes, pero además, que en la
construcción de la identidad el encuentro consigo mismo
juega un papel fundamental pues desde éste se construyen
las representaciones y se valida el contexto.

En lo pertinente a la sexualidad
¿Cuántas identidades existen?

Las orientaciones sexuales aceptadas por la comunidad
científica internacional son las homosexuales, las
lésbicas, las heterosexuales y las bisexuales. Estas
orientaciones sexuales se construyen en la persona y en la
sociedad desde un triple proceso: contextual, situacional y con
relación a sí misma. Toda orientación sexual
conlleva una identidad.

Lamas (1995) plantea que tan sólo existen dos
identidades: la de género y la sexual. Para ella la
identidad sexual es el posicionamiento
del deseo hacia uno u otro sexo y determina la orientación
sexual. El posicionamiento del deseo es uno de los elementos que
define la orientación sexual; según Velandia
(1999), al definir la orientación sexual deberían
posicionarse también al erotismo, la genitalidad, la
afectividad y a la conciencia de estos cuatro
elementos.

En las prácticas eróticas contempladas
como posibilidades de obtener placer, existe una amplia gama de
probabilidades. Para referencialas, empleo el
concepto de "Expresión Comportamental Sexual" (ECS) porque
no posee la carga estigmatizante de conceptos previamente
utilizados en la terminología sexológica tales como
aberraciones o parafilias.

Una de las ECS es el ser travesti. En consecuencia, ser
travesti y ser homosexual no necesariamente son dos identidades
que van juntas. No todos los transvestis son homosexuales, es
más, la mayoría son heterosexuales; sin embargo, en
la investigación realizada con esta
población se ha podido determinar que la gran
mayoría de las que participan de los grupos de
discusión afirman de sí, que son
homosexuales.

En estas narrativas identitarias, se evidencia la gran
variedad que existe al interior de las MS en cuanto a identidades
de género y a la orientación sexual, por lo que no
puede hablarse de la homosexualidad
sino de las homosexualidades, heterosexualidades y lesbianidades.
Además, está claro que existe una identidad de
cuerpo y que no necesariamente determina la identidad de
género. Esta idea da a entender que la identidad de
género no es dicotómica (masculina o femenina),
como también, que cuerpo y género no necesariamente
coinciden, por el contrario, la identidad transita, es
móvil. De lo anterior se desprende el concepto de
identidad transgenérica y la existencia de identidades que
contienen lo masculino y lo femenino como en el caso de la
identidad de género andrógina.

En resumen, las identidades sexuales pueden ser de
género, de cuerpo, de sexo, de orientación sexual y
de ECS. En el caso de las travestis se suma la identidad de
vestido, y en las que son prostitutas, su identidad como
trabajadoras. Como afirma Peter Wade (2002: 255), "las
identidades pueden entrar en conflicto [y
como lo vimos en los últimos ejemplos] cobran su
significado a partir de diversas redes y de su interacción, y los valores
que se le atribuyen a una identidad determinada, inciden en la
manera como se reclama o se configura dicha
identidad".

Las MS suelen verse obligadas a definirse en su
identidad a partir de sus dominios explicativos, además de
la presión externa ejercida por personas tales como
representantes de la autoridad, las
organizaciones
que con ellas/ellos trabajan y demás miembros de la
comunidad. Por ejemplo, suele preguntárseles cuál
es su orientación sexual, desde cuándo son
travestis, si tienen implantes o se han aplicado
hormonas.

En estas redes de intercambio, determinados valores
movilizan la construcción de la identidad. Para las
travestis, uno de esos "valores", probablemente el más
definitorio, es el concepto, la expresión y la
emoción que genera es la belleza. Para las
travestis "se es más mujer en cuanto se es más
bella" y la belleza es eminentemente física y externa, lo
que importa es la apariencia. En tal sentido, "se es aun cuando
no se tenga" siempre y cuando "así se vea".

El reconocimiento social de las MS se manifiesta como
agresión, exclusión y separación social o
familiar, y en formas de reconocimiento que incrementan, a su
vez, su propio auto-reconocimiento. Este reconcer-se se hace a
través de los relatos que cada observador construye sobre
ellas. Cuando se asemejan a los relatos que las travestis tienen
de sí mismas, y sobre la corporeidad que pretenden imitar,
adquieren para ellas validez social.

Como lo afirma Wade (2002), la psique de la persona se
forma por medio de las identificaciones asumidas desde la
infancia,
pero, también se establece corporalmente, y el cuerpo se
construye en el proceso de formación social. Tal y como se
aprecia en el cuerpo de muchas personas, en las MS, los cambios
corporales son un signo de la construcción de su identidad
y a su vez se convierte en un espacio desde el cual se consolida
la estigmatización, la vulneración y la
exclusión.

Identidad de cuerpo

Se podría hablar de identidad de cuerpo
entendiéndola no como un rol de género, sino como
una imagen corporal que se busca en relación consigo
misma, con el entorno y con los y las otras. Las travestis
tendrían, en este caso, una identidad de cuerpo
correspondiente a lo femenino y su rol de género
coincidiría con lo que buscan, pero su identidad de sexo
no siempre concuerda con el cuerpo ni con el
género.

Para los heterosexuales, los integrantes de las MS son
desconocidos como personas y como sujetos de acciones
sociales informativas y preventivas. Es común que las
personas que trabajan con las MS, desde las organizaciones de la
sociedad
civil, pasando por el Estado, la empresa
privada y la academia, desconozcan cómo éstos
construyen su identidad; en consecuencia, tratan a las MS con
prejuicios e intolerancia y no desde el respeto que se
genera en el re-conocimiento y la aceptación de la
diversidad y la particularidad.

La comprensión de la construcción de las
identidades sexuales es una manera de aproximarnos al mundo en
donde las diversidades, en razón de las unicidades, deben
ser reconocidas, valoradas y respetadas como experiencia valida
para reconocer a las personas sujetas de derecho como
conciudadanas y conciudadanos.

Investigación realizada en Bogotá,
Colombia. 2004.

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Velandia Mora, Manuel Antonio: Sociólogo,
Filósofo, Sexólogo, Especialista en Gerencia de
Proyectos
Educativos, Magíster en Educación, Doctorante en
Enfermería y Cultura de los cuidados
Universidad de Alicante, Doctorante en Psicopedagogía
Universidad del País Vasco. Miembro Titular Sociedad
colombiana de sexología. Consultor Internacional.
Investigador Social. Maestro Universitario. Victima de un
atentado contra su vida, actualmente busca asilo político
en España. Salió de Colombia, su país de
origen, huyendo de las amenazas de muerte de los
paramilitares. Cofundador del Movimiento Homosexual Colombiano,
defensor de los derechos humanos
y sexuales. Investigador-docente universitario. Ha realizado
investigación cualitativa,
consultorías y asesorías para agencias nacionales e
internacionales en los temas de mi interés:
educación, sida/ITS,
sexualidades, minorías sexuales, derechos humanos, trabajo
sexual y la
comunicación efectiva en salud. Ha sido investigador
principal y gestor de un amplio número de investigaciones
cualitativas siendo mi campo de acción
la conducción y análisis de grupos focales, grupos
de discusión y sesiones de grupo. Le
agrada al trabajo comunitario, y la relación directa con
las personas. Soy defensor de los derechos Humanos y los derechos
sexuales. Trabaja en el tema del sida desde hace 24 años y
en el de las sexualidades desde hace 30. Ha publicado libros,
capítulos en libros de otros autores y artículos en
medios masivos
de comunicación, sobre temas tan diversos como
sus áreas de estudio y trabajo.

 

Manuel Antonio, Velandia Mora

Director e Investigador principal

Equiláteros Proyecto Colombiano de Diversidad y
Minorías Sexuales

Partes: 1, 2
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